Los Madrugadores

Una novela

Part of Sacketts

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Mass Market Paperback
$5.99 US
| $6.99 CAN
On sale Sep 26, 2006 | 272 Pages | 978-0-553-58882-8
Tyrel Sackett was born into trouble but vowed to justice. After having to kill a man in Tennessee, he hit the trail west with his brother Orrin. Those were the years when decent men and women lived in fear of Indians, rustlers, and killers, but the Sackett brothers worked to make the West a place where people could raise their children in peace. Orrin brought law and order from Santa Fe to Montana, and his brother Tye backed him up every step of the way. Till the day the job was done, Tye Sackett was the fastest gun alive.
CAPÍTULO 1
 
MI HERMANO, ORRIN Sackett, era tan enorme como para pelear contra los osos con una fusta. Yo, yo era el flaco, de la misma estatura que Orrin, pero con carne sólo sobre los huesos de los hombros y en los brazos. Orrin cantaba como un ángel, o como un auténtico galés, que era mejor aún que los propios ángeles. Teníamos ascendencia galesa por los cuatro costados. Orrin era grande y fortachón, pero para un hombre tan grande era asombrosamente rápido.
 
La gente decía que yo era el reservado, y en los cerros donde nos criamos de niños, la gente evitaba pelear conmigo. Aunque Orrin era más grande que yo, y capaz de derribar a un toro, le faltaba algo que yo tenía.
 
¿Conocen la enemistad entre los Sackett y los Higgins? Pues en la época que les cuento, a nosotros los Sackett se nos habían acabado los Higgins.
 
Higgins el Alto, el más despreciable, también fue el último. Vino a la caza de los Sackett con un viejo rifle de matar ardillas. Estaba detrás de Orrin, y se envalentonó porque sabía que Orrin no iba a ir armado a una boda.
 
Lo último en que pensaba Orrin ese día era en los Higgins puesto que Mary Tripp le estaba dando la bienvenida y además había decidido casarse con ella, por lo que supuse que a mí me correspondía ir al encuentro de Higgins el Alto por el camino. En el mismo momento que iba a retarlo a desenfundar, el predicador Myrick maniobró su vagón en medio de nosotros, y cuando logré darle la vuelta me encontré a Higgins el Alto abierto de piernas en el camino apuntando a Orrin.
 
La gente empezó a gritar y Higgins el Alto disparó. Mary, que lo vio primero, empujó a Orrin para salvarlo, pero perdió el equilibrio y cayó justo enfrente de la bala destinada a Orrin.
 
—¡Alto!
 
Al reconocer mi voz, giro rápidamente, y tenía el rifle colocado en alto sobre la cintura y me apuntó apretando los labios.
 
Higgins el Alto tenía buena puntería con el rifle y disparó apresuradamente … quizás demasiado …
 
Volví mi veterana pistola a la pistolera y Higgins el Alto cayó mordiendo el polvo. Cuando me di la vuelta y caminé hacia la arboleda, fue el paseo más largo de mi vida, excepto otro que ocurriría mucho después.
 
Ollie Shaddock podía estar por allí, y sabía que si Ollie gritaba mi nombre tendría que darme la vuelta, porque Ollie era el representante de la ley por esas montañas, y además éramos parientes.
 
Cuando Mamá me vio acercarme acortando distancia entre los árboles supo que algo andaba mal. Tardé poco en contárselo. Ella estaba sentada en una mecedora destartalada y me miró fijamente a los ojos mientras se lo contaba.—¿Tye?—inquirió como enojada—, ¿Higgins el Alto te miraba a los ojos cuando lo mataste?
 
—Derechito a los ojos.
 
—Agarra el caballo moteado—dijo mi madre—, es el más rápido por las montañas. Vete hacia el oeste, y cuando encuentres tierras hondas y fértiles con animales de caza en las montañas, pide a alguien que me escriba y los muchachos y yo iremos para allá.
 
Miró a su alrededor a la desolación que la rodeaba. A pesar de trabajar sin descanso, y los Sackett éramos muy trabajadores, no lográbamos salir de apuros y vivíamos mal. Por eso Mamá, desde que murió Papá, soñaba con ir al oeste.
 
La mayor parte de este sueño se lo debía a Papá, un trotamundos inteligente que pasaba poco tiempo en casa, pero Mamá le quería a pesar de todo, y nosotros los chiquillos también le queríamos. Papá tenía voz de galés, una voz que podía hacer música de cualquier palabra y crear una canción que te hacía entrever esa tierra lejana que esperaba a la gente para que la segaran.
 
Los gastados ojos azules de Mamá eran más duros de afrontar incluso que Higgins el Alto, y él con un rifle en la mano.—Tye, ¿piensas que serías capaz de matar a Ollie?
 
Jamás se lo habría dicho a nadie, pero a ella sí le dije la verdad.—No me gustaría, Mamá, porque somos parientes, pero si no hay más remedio lo haría. Creo que puedo desenfundar más rápido y disparar más certero que nadie.
 
Ella se retiró la pipa de los labios.
 
—Llevo dieciocho años viéndote crecer, Tyrel Sackett, y te has pasado doce de ellos desenfundando y disparando. Tu padre me dijo cuando tenías quince años que nunca había visto cosa igual. Respeta la ley, Tye. Nunca vayas en contra de ella.—Se arropó el chal sobre las rodillas—. Si Dios quiere nos encontraremos de nuevo en las tierras del oeste.
 
El camino que tomé cruzaba la frontera del estado hacia el sur, y luego al oeste. Ollie Shaddock no me seguiría más allá del límite del estado, así que dejé atrás Tennessee antes de que cayera el día sobre las colinas.
 
El sendero que seguía atravesaba tierra salvaje. En dirección al oeste salí de Tennessee y continué hasta Arkansas, los Ozarks y, por solitarios senderos, hasta Kansas. Cuando por fin entré cabalgando en la calle principal de Baxter Springs, la gente pensó que era otro renegado de las montañas que venía a ayudar a que no entrara el ganado infectado de Tejas, pero yo no era uno de ésos.
 
Los tejanos tenían su ganado a ocho millas, y cabalgué hasta allí sin esperar un caluroso recibimiento para un extranjero. Esquivando los jinetes que daban vueltas por la zona, me aproximé a la hoguera; el olor a comida me revolvía el estómago. Llevaba dos días en ayunas, no me quedaba dinero y era demasiado orgulloso para mendigar lo que no podía pagar.
 
Un hombre bajo y fornido con cara cuadrada y bigote me increpó.—¡Oiga usted! ¡El del caballo gris! ¿Qué busca?
 
—Trabajo si tienen, y comida si les sobra. Me llamo Tyrel Sackett, vengo desde Tennessee y voy al oeste hacia los Rockies, pero si hay un trabajo montaré con ustedes hasta allí.
 
El hombre me miró de arriba abajo, de manera penetrante, y luego dijo:—Baja, hombre, y acércate al fuego. Nunca he echado a nadie de la hoguera sin darle de comer. Soy Belden.
 
Cuando até a Dapple me acerqué, y vi un hombre corpulento y guapo tumbado cerca de la hoguera, un hombre con una barba dorada como la de los vikingos de los que mi padre hablaba.—¡Demonios—dijo afable—, un campesino!
 
—¿Qué hay de malo en ello?—pregunté—. Si alguien no los hubiera cultivado, ahora no tendría usted el estómago lleno de frijoles.
 
—Sr. Sackett, hemos tenido problemas con los campesinos—dijo Belden—, ha habido tiroteos y los campesinos mataron a uno de mis hombres.
 
—Así que—dijo una voz junto a mí—, quizás deberíamos matar a un campesino.
 
Era un buscapleitos y conocía su tipo desde hacía tiempo. Era un hombre de estatura media con el hombro caído del lado del arma. Tenía unas cejas negras y pobladas que se le unían encima de la nariz y un rostro delgado y estrecho. Si lo que buscaba era una pelea, iba por buen camino.
 
—Señor—le dije—, si cree que puede matar a este campesino, puede intentarlo.
 
Me miró por encima del fuego, sorprendido, pienso, porque había esperado verme asustado. Yo iba vestido como un campesino, con una camisa hecha en casa, vieja y remendada, y con los pantalones vaqueros metidos dentro de las botas. Estaba seguro de que mi aspecto era deplorable, pero si alguien miraba mi pistola vería que por ese barril había salido mucho plomo.
 
—¡Carney, ya está bien!—dijo Belden bruscamente—. ¡Este hombre está invitado a nuestra hoguera!
 
El cocinero me trajo un plato de comida y olía tan sabroso que no levanté la vista hasta que me comí ese y otro más y engullí tres tazas de café negro bien caliente. En las colinas preferíamos el café fuerte, pero éste era capaz de hacerte crecer alambre en vez de pelo en el pecho.
 
El tipo de la barba dorada me observaba y dijo a Belden:—Jefe, contrate a este hombre. Si trabaja como come, le hará buen trabajador.
 
—La cuestión es—interrumpió Carney—, ¿sabe pelear?
 
De repente reinó el silencio alrededor del fuego cuando aparté mi plato y me levanté.—Señor, no lo maté antes porque cuando me fui de casa le prometí a mi madre que tendría cuidado con el revólver, pero usted me está tocando la paciencia.
 
Carney sí que era un buscalíos, y cuando me miró por encima del fuego, comprendí que tarde o temprano tendría que matarlo.
 
—¿Así que se lo prometió a Mamá?—dijo, mofándose—. ¡Ya veremos!—Movió su pie derecho unos centímetros hacia delante, y yo estaba a punto de carcajearme cuando escuché a mis espaldas una voz calurosa y profunda que dijo decidida—: Señor, más vale que se retire y se siente. No voy a permitir que Tyrel le deje sin pellejo en este momento, así que siéntese y cálmese.
 
Era Orrin, y conociéndole, sabía que le apuntaba su rifle a Carney.
 
Our foremost storyteller of the American West, Louis L’Amour has thrilled a nation by chronicling the adventures of the brave men and woman who settled the frontier. There are more than three hundred million copies of his books in print around the world. View titles by Louis L'Amour

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Tyrel Sackett was born into trouble but vowed to justice. After having to kill a man in Tennessee, he hit the trail west with his brother Orrin. Those were the years when decent men and women lived in fear of Indians, rustlers, and killers, but the Sackett brothers worked to make the West a place where people could raise their children in peace. Orrin brought law and order from Santa Fe to Montana, and his brother Tye backed him up every step of the way. Till the day the job was done, Tye Sackett was the fastest gun alive.

Excerpt

CAPÍTULO 1
 
MI HERMANO, ORRIN Sackett, era tan enorme como para pelear contra los osos con una fusta. Yo, yo era el flaco, de la misma estatura que Orrin, pero con carne sólo sobre los huesos de los hombros y en los brazos. Orrin cantaba como un ángel, o como un auténtico galés, que era mejor aún que los propios ángeles. Teníamos ascendencia galesa por los cuatro costados. Orrin era grande y fortachón, pero para un hombre tan grande era asombrosamente rápido.
 
La gente decía que yo era el reservado, y en los cerros donde nos criamos de niños, la gente evitaba pelear conmigo. Aunque Orrin era más grande que yo, y capaz de derribar a un toro, le faltaba algo que yo tenía.
 
¿Conocen la enemistad entre los Sackett y los Higgins? Pues en la época que les cuento, a nosotros los Sackett se nos habían acabado los Higgins.
 
Higgins el Alto, el más despreciable, también fue el último. Vino a la caza de los Sackett con un viejo rifle de matar ardillas. Estaba detrás de Orrin, y se envalentonó porque sabía que Orrin no iba a ir armado a una boda.
 
Lo último en que pensaba Orrin ese día era en los Higgins puesto que Mary Tripp le estaba dando la bienvenida y además había decidido casarse con ella, por lo que supuse que a mí me correspondía ir al encuentro de Higgins el Alto por el camino. En el mismo momento que iba a retarlo a desenfundar, el predicador Myrick maniobró su vagón en medio de nosotros, y cuando logré darle la vuelta me encontré a Higgins el Alto abierto de piernas en el camino apuntando a Orrin.
 
La gente empezó a gritar y Higgins el Alto disparó. Mary, que lo vio primero, empujó a Orrin para salvarlo, pero perdió el equilibrio y cayó justo enfrente de la bala destinada a Orrin.
 
—¡Alto!
 
Al reconocer mi voz, giro rápidamente, y tenía el rifle colocado en alto sobre la cintura y me apuntó apretando los labios.
 
Higgins el Alto tenía buena puntería con el rifle y disparó apresuradamente … quizás demasiado …
 
Volví mi veterana pistola a la pistolera y Higgins el Alto cayó mordiendo el polvo. Cuando me di la vuelta y caminé hacia la arboleda, fue el paseo más largo de mi vida, excepto otro que ocurriría mucho después.
 
Ollie Shaddock podía estar por allí, y sabía que si Ollie gritaba mi nombre tendría que darme la vuelta, porque Ollie era el representante de la ley por esas montañas, y además éramos parientes.
 
Cuando Mamá me vio acercarme acortando distancia entre los árboles supo que algo andaba mal. Tardé poco en contárselo. Ella estaba sentada en una mecedora destartalada y me miró fijamente a los ojos mientras se lo contaba.—¿Tye?—inquirió como enojada—, ¿Higgins el Alto te miraba a los ojos cuando lo mataste?
 
—Derechito a los ojos.
 
—Agarra el caballo moteado—dijo mi madre—, es el más rápido por las montañas. Vete hacia el oeste, y cuando encuentres tierras hondas y fértiles con animales de caza en las montañas, pide a alguien que me escriba y los muchachos y yo iremos para allá.
 
Miró a su alrededor a la desolación que la rodeaba. A pesar de trabajar sin descanso, y los Sackett éramos muy trabajadores, no lográbamos salir de apuros y vivíamos mal. Por eso Mamá, desde que murió Papá, soñaba con ir al oeste.
 
La mayor parte de este sueño se lo debía a Papá, un trotamundos inteligente que pasaba poco tiempo en casa, pero Mamá le quería a pesar de todo, y nosotros los chiquillos también le queríamos. Papá tenía voz de galés, una voz que podía hacer música de cualquier palabra y crear una canción que te hacía entrever esa tierra lejana que esperaba a la gente para que la segaran.
 
Los gastados ojos azules de Mamá eran más duros de afrontar incluso que Higgins el Alto, y él con un rifle en la mano.—Tye, ¿piensas que serías capaz de matar a Ollie?
 
Jamás se lo habría dicho a nadie, pero a ella sí le dije la verdad.—No me gustaría, Mamá, porque somos parientes, pero si no hay más remedio lo haría. Creo que puedo desenfundar más rápido y disparar más certero que nadie.
 
Ella se retiró la pipa de los labios.
 
—Llevo dieciocho años viéndote crecer, Tyrel Sackett, y te has pasado doce de ellos desenfundando y disparando. Tu padre me dijo cuando tenías quince años que nunca había visto cosa igual. Respeta la ley, Tye. Nunca vayas en contra de ella.—Se arropó el chal sobre las rodillas—. Si Dios quiere nos encontraremos de nuevo en las tierras del oeste.
 
El camino que tomé cruzaba la frontera del estado hacia el sur, y luego al oeste. Ollie Shaddock no me seguiría más allá del límite del estado, así que dejé atrás Tennessee antes de que cayera el día sobre las colinas.
 
El sendero que seguía atravesaba tierra salvaje. En dirección al oeste salí de Tennessee y continué hasta Arkansas, los Ozarks y, por solitarios senderos, hasta Kansas. Cuando por fin entré cabalgando en la calle principal de Baxter Springs, la gente pensó que era otro renegado de las montañas que venía a ayudar a que no entrara el ganado infectado de Tejas, pero yo no era uno de ésos.
 
Los tejanos tenían su ganado a ocho millas, y cabalgué hasta allí sin esperar un caluroso recibimiento para un extranjero. Esquivando los jinetes que daban vueltas por la zona, me aproximé a la hoguera; el olor a comida me revolvía el estómago. Llevaba dos días en ayunas, no me quedaba dinero y era demasiado orgulloso para mendigar lo que no podía pagar.
 
Un hombre bajo y fornido con cara cuadrada y bigote me increpó.—¡Oiga usted! ¡El del caballo gris! ¿Qué busca?
 
—Trabajo si tienen, y comida si les sobra. Me llamo Tyrel Sackett, vengo desde Tennessee y voy al oeste hacia los Rockies, pero si hay un trabajo montaré con ustedes hasta allí.
 
El hombre me miró de arriba abajo, de manera penetrante, y luego dijo:—Baja, hombre, y acércate al fuego. Nunca he echado a nadie de la hoguera sin darle de comer. Soy Belden.
 
Cuando até a Dapple me acerqué, y vi un hombre corpulento y guapo tumbado cerca de la hoguera, un hombre con una barba dorada como la de los vikingos de los que mi padre hablaba.—¡Demonios—dijo afable—, un campesino!
 
—¿Qué hay de malo en ello?—pregunté—. Si alguien no los hubiera cultivado, ahora no tendría usted el estómago lleno de frijoles.
 
—Sr. Sackett, hemos tenido problemas con los campesinos—dijo Belden—, ha habido tiroteos y los campesinos mataron a uno de mis hombres.
 
—Así que—dijo una voz junto a mí—, quizás deberíamos matar a un campesino.
 
Era un buscapleitos y conocía su tipo desde hacía tiempo. Era un hombre de estatura media con el hombro caído del lado del arma. Tenía unas cejas negras y pobladas que se le unían encima de la nariz y un rostro delgado y estrecho. Si lo que buscaba era una pelea, iba por buen camino.
 
—Señor—le dije—, si cree que puede matar a este campesino, puede intentarlo.
 
Me miró por encima del fuego, sorprendido, pienso, porque había esperado verme asustado. Yo iba vestido como un campesino, con una camisa hecha en casa, vieja y remendada, y con los pantalones vaqueros metidos dentro de las botas. Estaba seguro de que mi aspecto era deplorable, pero si alguien miraba mi pistola vería que por ese barril había salido mucho plomo.
 
—¡Carney, ya está bien!—dijo Belden bruscamente—. ¡Este hombre está invitado a nuestra hoguera!
 
El cocinero me trajo un plato de comida y olía tan sabroso que no levanté la vista hasta que me comí ese y otro más y engullí tres tazas de café negro bien caliente. En las colinas preferíamos el café fuerte, pero éste era capaz de hacerte crecer alambre en vez de pelo en el pecho.
 
El tipo de la barba dorada me observaba y dijo a Belden:—Jefe, contrate a este hombre. Si trabaja como come, le hará buen trabajador.
 
—La cuestión es—interrumpió Carney—, ¿sabe pelear?
 
De repente reinó el silencio alrededor del fuego cuando aparté mi plato y me levanté.—Señor, no lo maté antes porque cuando me fui de casa le prometí a mi madre que tendría cuidado con el revólver, pero usted me está tocando la paciencia.
 
Carney sí que era un buscalíos, y cuando me miró por encima del fuego, comprendí que tarde o temprano tendría que matarlo.
 
—¿Así que se lo prometió a Mamá?—dijo, mofándose—. ¡Ya veremos!—Movió su pie derecho unos centímetros hacia delante, y yo estaba a punto de carcajearme cuando escuché a mis espaldas una voz calurosa y profunda que dijo decidida—: Señor, más vale que se retire y se siente. No voy a permitir que Tyrel le deje sin pellejo en este momento, así que siéntese y cálmese.
 
Era Orrin, y conociéndole, sabía que le apuntaba su rifle a Carney.
 

Author

Our foremost storyteller of the American West, Louis L’Amour has thrilled a nation by chronicling the adventures of the brave men and woman who settled the frontier. There are more than three hundred million copies of his books in print around the world. View titles by Louis L'Amour